Kenia uno de los países africanos que ofrece los safaris más impresionantes.
Venimos de este artículo: «Viaje a Kenia«.
Un largo camino en furgoneta de unas cinco horas sobre carreteras irregulares nos llevó desde Nairobi a Amboseli, uno de los Parques Nacionales más conocidos en el mundo.
AMBOSELI, TIERRA DE GIGANTES
Miles de amantes de los animales de todo el planeta se dan cita en este lugar atraídos por tres elementos clave: la sabana infinita, manadas de elefantes que podrás ver a escasos centímetros de tu cámara de fotos y la imponente imagen del monte más alto del continente, el Kilimanjaro, con sus nevadas cumbres.
Amboseli significa ‘torbellino’ en suajili, por los pequeños y frecuentes tornados que se forman a través de las grandes llanuras del parque, donde hay más de 1.500 elefantes. Además, grandes cantidades de leones, hipopótamos, cebras, jirafas, ñus, búfalos y un sinfín de animales en absoluta libertad están esperándote entre sus casi 400.000 kilómetros cuadrados.
Llegamos al campamento de noche, cerrada, sin luna. Nunca encuentras silencio en la sabana a pesar de no haber luces artificiales fuera de nuestra estación. Cenamos legumbres, arroz frío y una ensalada bastante precaria antes de meternos en nuestra tienda de campaña situada en las afueras del parque. Estaba prohibido salir del campamento porque había animales salvajes sueltos, Amboseli no tiene barreras, y no sabíamos quienes podían ser nuestros vecinos nocturnos…
Nos levantamos al amanecer, es el momento donde es más probable encontrar el Kilimanjaro desnudo, sin cubrir por las nubes, y conseguimos inmortalizarlo para siempre.
Echamos fruta y un sándwich en la mochila y pusimos rumbo al Parque Nacional. La diferencia con las Reservas Naturales como Masai Mara es que a unas las gestiona el Gobierno y a otras la empresa privada, los caminos están delimitados y no está permitido a los 4X4 ni a las furgonetas salirse de los recorridos marcados.
Hay más libertad para los animales, son más libres y los vehículos son menos intrusivos en sus vidas.
Tras varias horas rodeados de naturaleza salvaje en su máxima expresión, nos paramos en un impactante mirador (Observation Hill) situado en lo alto de una colina donde se podía ver la inmensidad del parque y decenas de elefantes bañándose en la ciénaga que rodeaba al lago Amboseli.
Amboseli es un lugar mágico, con unas vistas embriagadoras del atardecer mientras cientos de paquidermos caminan al son de la caída del sol. Encontrarás gran mezcla de animales mientras el Kilimanjaro te observa, silencioso, omnipotente, desde todos los ángulos del mapa. Las bastas llanuras obligan a los leones a esconderse en los lugares con más maleza y pueden sorprenderte detrás de cada arbusto o atrincherados donde menos lo esperas. Miles de flamencos decoran el lago y los hipopótamos se entierran en el barro de la laguna para mantener su temperatura corporal. Es fácil amar la libertad cuando tus ojos son testigo de la vida salvaje.
Nairobi
Tras dos días empapándonos de Amboseli volvimos a la capital, donde por encima de todo, había tres lugares que queríamos visitar.
Orfanato de elefantes de David Sheldrick
Era la primera parada, un lugar donde se cuida a pequeños paquidermos y rinocerontes que han sido heridos por cazadores furtivos o alejados de sus madres y corren peligro de muerte. Se les alimenta y se les educa hasta que vuelvan a estar preparados para la vida salvaje.
El centro está no muy lejos de la ciudad y durante una hora al día (11:00h / 12:00h) hacen exhibiciones al público para recaudar dinero con el que mantener el lugar.
Giraffe Center
Otro lugar del que habíamos oído hablar es el centro de las jirafas. Un recinto bastante grande para los animales, pero pequeño para los visitantes. Las jirafas campan en libertad por el área y se acercan a las personas para que les den de comer. Son animales que se alimentan continuamente y los visitantes están encantados de que no pierdan el apetito. En ocasiones, incluso, aparece el amor…
Dentro del recinto hay una torre de dos pisos que en el interior guarda gráficos y mensajes didácticos acerca de estos animales y de los tipos de jirafas que hay en África. Es un lugar perfecto para ir con niños, o para ir con gente que se siente como un niño en quizá demasiadas ocasiones, como yo J.
Kibera
En los suburbios de la capital de Kenia encontramos el asentamiento pobre más grande de África, con casi dos millones de habitantes, llamado Kibera (jungla).
Han pasado más de 100 años donde este enclave ha pasado de reserva militar a una zona enorme de chabolas donde la tasa de crecimiento es del 17% anual y no deja de expandirse.
Las calles están sin asfaltar y las casas son precarias e irregulares, construidas con barro, ladrillo y techos de contrachapado donde viven alrededor de cuatro personas por habitación. Las viviendas que están construidas más lejos del río son más caras porque están más alejadas de los focos de enfermedades. Se puede encontrar basura en cada esquina, pero la población también se esfuerza por mantener lo más limpio posible el lugar y hay un centro de reciclaje orgánico, que transforma los desechos humanos en energía. También hay un centro médico altruista que se encarga de cuidar a los habitantes.
A pesar de la suciedad, no hay prácticamente conflictos, no hay armas blancas y mucho menos pistolas. Se respira respeto y paz, la gente nos recibió con los brazos abiertos y nos hicieron sentir como en casa.
El gobierno tiene abandonada esta zona y mira para otro lado, pero hay organizaciones como Put-A-Smile-On-A-Childs-Face, que cuida, educa y protege a los niños huérfanos y desamparados, que se han quedado abandonados en las calles.
Benson y la gran Mum, dedican su vida a hacer que la vida de estos pequeños sea mejor. Héroes de verdad, sin máscara y sin capa cuya misión es pintar sonrisas en sus miradas.
Kenia nos ofreció muchas lecciones de vida en un solo viaje, nos demostró que nosotros de alguna manera vivimos en nuestro propio safari, que también nos observan con cámaras desde lejos y que hay muchos más motivos por los que sonreír de los que a veces tenemos en cuenta.
Además, fue la primera vez que vivimos la Navidad fuera de nuestras casas, ¡perdóname mamá J! Mereció la pena.
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