Designado así por la autenticidad de su cultura, esta aldea a 20 kilómetros de la frontera española está levantada entre rocas.
Entre todas las construcciones del pueblo de Monsanto destaca –por altura y por importancia– la Torre de Lucano. Construida en el siglo XIV, está coronada por un gallo de plata. Se trata de un trofeo que esta aldea atesora desde hace casi 80 años. En 1938 un concurso organizado por la Secretaría Nacional de Información nombró a Monsanto el pueblo más portugués de todos los que conforman el país vecino, reconociendo la autenticidad de su cultura y de su paisaje, basado en estrechas calles y peculiares viviendas.
La aldea ‘aplastada’
A unos 20 kilómetros de la frontera española y a menos de dos horas en coche desde Cáceres, la singularidad de Monsanto (Idanha-a-Nova, distrito Castelo Branco) no reside únicamente en su consideración del pueblo más portugués de Portugal, sino en los enormes bloques de piedra que habitan sus calles.
Situado en las llanuras de la Beira interior, se alza en una cumbre entre las faldas de la sierra de la Garduña y el río Ponsul. Esos domos de granito han ido rodando ladera abajo desde hace cientos de años y hoy conforman el paisaje de este curioso pueblo que ha sabido adecuarse a un entorno adverso. No son pocas las viviendas de Monsanto que parecen haber sido aplastadas por las rocas –algunas están literalmente sobre el tejado–, pero nada que ver: han sido las casas las que se han construido utilizando los domos como pilar, pared o punto de apoyo. De hecho, se dice que «las casas son de una sola teja» porque hay algunas piedras que conforman en sí mismas todo el tejado. A estos enormes bloques de granito se los conoce como monte-isla, ya que resaltan entre la llanura y la vegetación como inesperadas ínsulas.
Testigo de batallas
Las calles de Monsanto también son reflejo de importantes acontecimientos históricos y de tendencias artísticas. Estudios arqueológicos han demostrado que la zona ha estado habitada por romanos, visigodos y árabes.
Durante el siglo II a.C los romanos asediaron la zona durante siete años por orden del guerrero Viriato, pero la población de Monsanto –Mons Sanctus por aquel entonces– resistió. Cuando los locales no podían aguantar más, enviaron una vaca con el estómago repleto de trigo a sus atacantes para demostrar que aún tenían muchos víveres disponibles (cosa que no era cierta) y que podían seguir aguantando. El ‘farol’ tuvo su efecto y el asedio terminó. Este logro se sigue celebrando hoy día en la llamada Fiesta de las Cruces o del Castillo, un festejo que se organiza cada 3 de mayo. En esa fecha, los habitantes de Monsanto suben hasta el castillo mientras cantan canciones antiguas al ritmo de la pandereta (o panderos cuadrados) y portando flores que tiran contra las rocas como símbolo de la libertad lograda por sus antepasados hace más de 2.000 años. Además, las mujeres suelen portar muñecas de trapo (‘marafonas’) para ahuyentar truenos y proteger a las casas del mal, según un poder atribuido hace varias generaciones.
La subida al castillo no es fácil, se sucede entre angostas y empinadas calles, pero la meta –un imponente mirador– merece la pena. Durante el mes de mayo también se organiza una feria medieval, así que puede ser un buen momento para visitar este curioso pueblo.
La historia de asedios a Monsanto no acaba en el siglo II. En las batallas contra el Reino de León, la fortaleza del pueblo cayó derruida, y el rey Alfonso I de Portugal donó la villa a la Orden de los Templarios en el siglo XII. Estos últimos fueron los encargados de reconstruir el pueblo piedra a piedra. Varios siglos después, en el XIX, la explosión de un almacén de municiones volvió a destruir el castillo medieval. Y Monsanto tuvo que volver a resurgir de sus cenizas.
Cultura y senderismo
Algunos de los palacetes de Monsanto están decorados con blasones y varios portales responden al estilo manuelino. Entre ellas, la casa en la que vivió el escritor Fernando Namora. Desde Monsanto se inspiró para escribir el romance ‘Retalhos da vida de un médico’. Y es que antes de explotar su vertiente literaria, Namora ejerció la medicina en esta pequeña aldea.
Aunque su paisaje, su historia y su singular composición bien valen una visita, Monsanto también ofrece otro tipo de alternativas. Hay varias rutas de senderismo de diversa dificultad. El camino GR 12, por ejemplo, llega hasta Lisboa.
Completar todo su recorrido puede ser demasiado, apuesta por un tramo con inicio en Monsanto y dirección a Idanha-a-Velha. Transcurre por una calzada romana que se conserva en buen estado. Desde el pueblo también se pueden hacer excursiones a caballo para conocer los paisajes de los alrededores. Y para completar la visita, no olvides hacerte con algunas de las delicias gastronómicas de esta zona del centro del Portugal: embutido, miel, aceite de oliva… Y dulces como el arroz con leche o el salami de chocolate. Panderetas y ‘marafonas’ son los artículos más representativos de la artesanía del pueblo más portugués de Portugal.