“Great Blue Hole»
Uno de los mejores lugares para bucear del mundo
Hace muchos años me sobrecogió una foto en la portada de una revista de viajes que rezaba: ‘Gran Agujero Azul, patrimonio de la UNESCO. Lugar mágico, lugar prohibido’.
A vista de helicóptero se captaba una mancha circular en el mar, parecía enorme y tan perfecta que pensé que era irreal.
En palabras de Cousteau, uno de los mayores exploradores de océanos del mundo, se trataba de una obra de arte de la naturaleza. Sobre el Caribe, se dibujaba una esfera perfecta de azul intenso, de casi medio kilómetro de ancho y de una profundidad que parecía infinita.
Desde ese momento, sentí esa extraña sensación de unión especial con aquel lugar, y no dormiría tranquilo hasta que no lo descubriera con mis propios ojos.
Hay varios agujeros azules en el suelo marino del planeta, pero sólo uno es el verdadero Great Blue Hole. A 100 Km al este de la costa de Belize (Centroamérica), perdido entre la inmensidad de la segunda barrera de coral más grande del mundo, se encuentra esta joya de la Madre Tierra.
Hace más de 10.000 años el deshielo formó un sumidero natural que dejó al descubierto una caverna formada antes de que el océano la cubriera. Imagina, allí todavía no llegaba el mar.
Decenas de estalactitas de varios metros formaron imponentes columnas en una penumbra infinita. Varios tipos de tiburones, sobre todo de arrecife, nodriza, punta negra y, menos comunes, tiburones toro y tiburón martillo, custodian el lugar.
También tortugas gigantes, mantarrayas, meros enormes y todo tipo de vida exótica colorean la zona, lo que la transforma en un cóctel inmejorable para los amantes del buceo.
Bienvenid@ a Great Blue Hole.
Era noviembre, costa este de Belize, un pequeño país situado al sur de México y al este de Guatemala. Hacía un intenso calor veraniego, y Ana y yo teníamos unas ganas locas por zarpar.
El viaje para visitar el Gran Agujero Azul es sobre todo para buceadores avanzados y el precio ronda los 300$ con tres inmersiones: el propio Great Blue Hole y una zona que parecía sacada de un decorado artificial bautizada con razón como Aquarium, perdida entre el coral y muy cerca de una isla que era el prototipo perfecto de paraíso.
Pasaban pocos minutos tras el amanecer y desde el embarcadero un maravilloso sol enrojecido nos dio los buenos días abriéndose paso entre las nubes.
Esperamos a que nuestros instructores prepararan la embarcación, los equipos de buceo y la comida del día. Teníamos por delante un largo recorrido sobre el Caribe hasta llegar a nuestro destino.
Según nos adentrábamos en alta mar, aparecían a nuestro paso varios cayos tropicales salpicados sobre las olas. El paisaje iba preparándonos para lo que nos esperaba.
Tras dos horas de trayecto, el barco se adentró entre crestas de barrera de coral que asomaban a poca profundidad y se dejaban entrever entre nuestra estela.
Un par de embarcaciones más también habían fondeado y eran la pista perfecta para averiguar que habíamos llegado a nuestro destino.
Para ser sinceros, desde la cubierta no conseguía apreciar la mancha circular que dibujaba el cráter bajo el agua, era demasiado grande, pero aún así el corazón me latía muy rápido y sabía que The Great Blue Hole no me iba a decepcionar.
Harry, nuestro instructor, un hombre de unos cincuenta y tantos, con aspecto de sargento retirado y mirada que generaba una mezcla de confianza y autoritarismo, comenzó a dar las instrucciones en un inglés con un acento tan cerrado que no siempre era fácil de descifrar.
Nos dijo que bajaríamos a unos 40 metros de profundidad, que tendríamos que ir juntos y que la visibilidad sería más precaria según descendiéramos. Había peligro de corrientes y era muy probable que nos encontráramos tiburones
Me enfundé en el neopreno, me coloqué el chaleco, los plomos, las gafas, la botella y las aletas… Estábamos listos:
Comprobé el regulador, el manómetro y ¡chafún!
Al sumergirnos, rápidamente comenzó a abrirse a nuestro paso un precipicio enorme que se perdía en una profundidad infinita.
Mientras nos acercábamos al abismo, fui el primero en percatarme de que en la cola del grupo se aproximaba un tiburón. Me temblaba el pulso y no sabía si acelerar el aleteo para separarme de él, o respirar profundo con sangre fría y grabarle mientras se acercaba a mí. Ya puedes imaginar lo que hice:
Conseguí captarlo a pocos centímetros. El tiburón de arrecife pasó delante de mí, tranquilo, sin molestarnos y con cara de que era mejor que tampoco le molestáramos a él. Varios peces pequeños le acompañaban a su paso, protegidos, mientras el gesto del escualo era serio, alerta, amenazante.
Tras una bienvenida que me puso la piel de gallina, volvimos a dirigirnos al enorme agujero. Según avanzábamos, me atrapaba la oscuridad intensa que desprendía un aroma de misterio. Tuve que dejarme llevar a un sugerente viaje hacia lo desconocido. Me detuve y fue la primera vez en mi vida que me he emocionado debajo el agua admirando un paisaje único en todo el planeta.
Los cinco buceadores dibujábamos una línea de almas que expulsaban constantemente burbujas entre la penumbra.
Casi sin darnos cuenta, habíamos descendido más de 25 metros y avistamos las primeras estalactitas. Gigantes. Silenciosas. Eternas. Parecían columnas prehistóricas que sujetaban una majestuosa y oscura catedral esculpida en la roca.
Durante varios minutos nos adentramos entre los rincones de la piedra caliza, zigzagueando entre las columnas y descendiendo sin casi darnos cuenta hasta casi 40 metros de profundidad. La visibilidad era muy escasa, el turquesa intenso daba paso a un azul marino casi negro.
En lo más profundo, a unos 10 metros de distancia, un tiburón toro se dejaba ver con pocas señales de querer hacer amigos. Fue el momento perfecto para cerciorarnos de que habíamos consumido más de cuarenta minutos de oxígeno en un paraje mágico, casi extraterrestre. Era el momento de ascender.
Todavía con el traje puesto, saqué el drone a volar, para comprobar que el Blue Hole es tan perfecto como aparecía en la portada de aquella vieja revista de viajes de aventura.
De hecho, hay disponibles viajes en avioneta para contemplar el agujero desde el aire, aunque es mucho más recomendable descubrirlo desde sus profundidades.
Continuamos nuestra mañana de buceo, quedaban dos inmersiones más. ¿Cómo nos las íbamos a perder?
Cubrimos un pequeño trayecto mientras comíamos sandía y hablábamos de nuestro encuentro con el tiburón. Paramos enfrente de una islita pequeña, verde, que parecía un oasis en el epicentro de la inmensidad.
“¡Hemos llegado al Aquarium!”, gritó nuestro instructor. Hicimos dos inmersiones más y nos emborrachamos de un paraje tan increíble que me costaba creer que no estuviera soñando.
Tortugas gigantes, más tiburones de arrecife y de punta negra, amigables meros que se acercaban y se dejaban acariciar, pequeños peces juguetones que parecían mini delfines amarillos tocaban con su morro mis aletas y me seguían el rumbo durante varios minutos…
Después de tres inmersiones que han ido directas a mis TOP 10 de buceos alrededor del mundo, nos dirigimos a comer a uno de esos cayos idílicos con los que nos habíamos cruzado durante el recorrido al Great Blue Hole.
Entre la experiencia BRUTAL de adentrarnos en el verdadero GREAT BLUE HOLE, descansar en una isla paradisíaca y la buena compañía, fue un día absolutamente redondo.
He buceado en casi todos los continentes, y diferentes inmersiones de todo tipo, pero firmo las palabras de Cousteau, este lugar es uno de los mejores para bucear en todo el mundo. Visitar The Great Blue Hole es una experiencia que no olvidarás nunca.
Nos vemos en el próximo destino.
#Aventuhero