Pienso en viajar, mi deseo es descubrir, descubrir destinos ignotos llenos de belleza, es mi particular necesidad el irme bien lejos a cruzar fronteras, en esta ocasión mini escapada de tres días, tres días de chicas y con quien mejor que con mi hermana, mi madre y una amiga íntima de la familia, me hacía muchísima ilusión poder viajar con ellas ¿por qué no hacerlas participes de uno de esos viajes para poder vivir en primera persona esas gratificantes experiencias viajeras?
Cada vez que llego de viaje con mi maleta, me bombardean a preguntas llenas de ilusión y de curiosidad, dejándome siempre con la espinita de querer compartir algún día un viaje con todas ellas, así que era hora de hacer maletas y coger nuestro vuelo rumbo a Irlanda, ¡Nos vamos a Dublín! Nada más entrar en el avión, sus rostros reflejaban la más auténtica felicidad, y con ese coctel de ilusión empezamos a despegar.
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Qué ver en Dublín en 3 días
Dublín es la capital de la República de Irlanda, ubicada en la desembocadura del rio Liffey. Fue construida por los vikingos por el año 841 y su nombre significa “Laguna negra”, a pesar de su mal clima, Dublín es una ciudad con mucho ambiente, repleta de vida y de gente joven. En ella puedes encontrar más de 700 pubs donde poder degustar una gran variedad de cervezas, así que si te gusta la cerveza y el buen ambiente, Welcome to Dublin!!!
O’Connell Street
Nada más llegar allí comenzaron los flechazos, si si, habéis oído bien, cuando viajo tengo flechazos, flechazos con la naturaleza, con sus parajes, y como no con la fisonomía de la ciudad. Refiriéndome a esta última, nos enamoró, sus amplias calles con fachadas oscuras y entradas de mil colores, hasta llegar a una de las calles más famosas de la ciudad, O’Connell Street, una de la avenidas más anchas de toda Europa y muy transitada durante todo el día, llena de tiendas que te llevan hasta el río Liffey.
En ella destaca la conocida estatua del líder nacionalista Daniel O’Connell que da nombre a la calle, el Edificio de la Oficina Central de Correos y el conocido monumento Spire of Dublin, oficialmente denominado Monumento de la Luz, majestuosa escultura de acero inoxidable con una altura de 119 metros considerada la más alta del mundo.
Trinity College
De allí nos fuimos directas a visitar el campus del Trinity College, situado en pleno corazón de Dublín. Es la universidad más antigua y prestigiosa de toda Irlanda, está formada por varios edificios los cuales rodean preciosos patios verdes, donde se puede pasear y observar alguna que otra escultura y estatua, como la de George Salmon, Este célebre matemático trató de asegurarse de que el Trinity College fuera una institución inaccesible para las mujeres, llegando incluso a afirmar que las féminas no entrarían en esta universidad por encima de su cadáver y así fue, a su muerte las mujeres ya pudieron entrar en ella y pasearse por delante de su estatua con total tranquilidad.
Otra escultura muy conocida en el campus es la gran esfera llamada “la esfera dentro de la esfera” la bola interna representa la tierra y la bola exterior representa el Cristianismo, el diseño de las capas internas simbolizan la fragilidad y la complejidad del mundo. Se puede encontrar en lugares privilegiados como la sede de la ONU en Nueva York, en Columbus Museum of art, Universidad de Tel Aviv en Israel…
Durante nuestro recorrido por este precioso y extenso campus, no solo sus jardines y monumentos nos llamaban la atención, sino su campanario y su famosísima biblioteca que se encuentra en el interior de sus atractivos edificios.
Cuenta la leyenda que los estudiantes que pasaban por debajo del campanario en época de exámenes los suspendían todos, así que todo el mundo evitaba pasar por ese campanario lleno de superstición.
La biblioteca de ocho plantas es una de las joyas que se encuentra escondida entre las paredes de Trinity Collage, es la biblioteca de investigación más grande de Irlanda, posee la mayor colección de manuscritos y libros impresos.
La sala principal de la biblioteca es conocida como “Long Room” tiene 65 metros de largo y es donde contiene los libros más antiguos de la biblioteca. Dicha sala está repleta de estanterías de arriba abajo, de las cuales se desprende un peculiar olor a madera vieja y bajo la vigilancia de unos bustos de mármol en cada una de sus arcadas.
En ella hay que destacar que se encuentra la magnífica obra de arte del libro de Kells, el libro más famoso de la biblioteca, el cual contiene un texto en latín de los cuatro Evangelios.
Grafton Street
Acabada nuestra visita por el campus de Trinity Collage nos fuimos a investigar esa bonita ciudad llena de historia. Otra de las calles más conocidas de Dublín junto con O’connell Street, es Grafton Street, una calle peatonal y también muy céntrica, en ella puedes encontrar una gran cantidad de tiendas y artistas mostrando sus obras.
Anteriormente se encontraba uno de los iconos de la ciudad, la estatua de bronce de Molly Mallon, una vendedora ambulante de pescado y marisco, de la cual cuentan muchas leyendas, ahora debido a las obras de la nueva línea de tranvía, se ha trasladado a la calle Suffolk, a 100 metros de donde se encontraba originariamente.
Catedral de San Patricio
Dublín es una ciudad poseedora de una gran cantidad de iglesias, entre ellas, la más grande e importante de todas es la catedral de San Patricio, dedicada al patrón de Irlanda.
Originalmente fue una catedral de madera que siglos después se transformó en una más grande de piedra. Ha sido reconstruida en varias ocasiones, en una de ellas por un incendio que destruyó gran parte y la otra por su mal estado, pero siempre conservando su estilo arquitectónico.
Es una iglesia que te impacta nada más verla, su enorme campanario que se puede ver desde diferentes puntos de Dublín, sus espectaculares vidrieras y su gran majestuosidad acompañado de un precioso jardín verde, hacen que sea uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad.
Temple Bar
Ya empezaba a anochecer y nos apetecía muchísimo vivir un poquito la vida irlandesa, así que decidimos irnos a Temple Bar, la zona más conocida de pubs. Para acceder a ella pasamos por un hermoso puente llamado Half Penny Bridge, el puente más famoso e icónico de Dublín, el que une la zona comercial de Temple Bar, su nombre proviene del anecdótico pago de medio penique que antiguamente había que pagar por pasar por él.
Lo cruzamos en el momento perfecto del día, el atardecer, donde pudimos contemplar una bonita puesta de sol reflejada entre las aguas del río Liffey y sus contrastes. En él, como en muchos de los puentes que encontramos por las bonitas ciudades de Europa, también podemos encontrar una gran cantidad de candados llenos de amor eterno.
Nos adentramos en la zona, entre sus calles estrechas y adoquinadas donde conservan la más pura esencia de la ciudad y donde cada vez se palpaba más ese ambiente dublinés, calles animadas llenas de color, pubs, mucha personalidad y encanto. Cada uno de sus bares repletos de gente tomando cerveza, riendo y disfrutando de la música en vivo de alguna banda local. Su música y su ambiente te incitaba a integrarte con ellos, son personas abiertas, sociables y sobretodo muy acogedoras.
Una vez adentrada en la zona de Temple bar, lo más recomendable es ir accediendo uno por uno en sus pubs y disfrutar de ese micro ambiente que se crea en cada uno de ellos, de su música en directo, de su gente, su animación, sus risas… fabulosa sensación de buen rollo y bienestar.
Uno de los pubs más famosos y conocidos internacionalmente es “The Temple bar” un bar esquinero de color rojo vivo, con grandes ventanales, perfecto para entrar a tomar algo, es uno de los más caros pero obligatorio.
Realmente pasamos una tarde de muchas risas y en el que te puedes llevar sorpresas cuando menos te lo esperas.
Dublín no solo es conocida por su famoso Temple Bar, su concurrida calle O’Connell Street, su Trinity College o sus iglesias, sino que esconde mucha más historia y leyendas entre sus calles adoquinadas.
Una visita obligada, es el castillo de Dublín, el cual en sus tiempos fue residencia real, fortaleza militar y sede del Tribunal de Justicia Irlandés, hoy en día es un centro de arte, donde se realizan reuniones del estado.
Es curioso poder apreciar un castillo en medio de la ciudad, el choque de contrastes causa impacto en tu rostro. Con los años sufrió dos incendios, los cuales provocaron que con sus reconstrucciones se cambiaran sus estilos arquitectónicos, la única parte que sigue intacta como la original es el torreón donde se puede apreciar su estilo medieval con sus imponentes murallas y amplios jardines verdes, es una visita de las más recomendadas y si puede ser amenizada por el relato de un guía español aún mucho mejor, para poder ser conocedor de cada una de sus historias.
No mucho más lejos de la visita al Castillo, encontramos otra de las catedrales más importantes de Dublín, la Catedral de Christ Church o de la Santísima Trinidad, construida por un rey vikingo hace unos mil años, es considerada la más antigua de Dublín y la más impresionante arquitectónicamente, consta de 19 campanas, cada una de ellas toca en diferente tono. Su estilo gótico – medieval y su esencia siguen intactos a lo largo de todos estos años.
Una de las particularidades de dicha catedral, es que se comunica a través de un puente atravesando la calle. Realmente tiene un encanto singular y vale mucho la pena visitarla por dentro y conocer sus leyendas.
Dublín es una ciudad muy cómoda de visitar ya que todo está muy cerca y es de fácil acceso, en seguida te ubicas por su gran cantidad de puntos de interés, todos ellos en el centro de la ciudad. En dos días puedes visitar al completo la ciudad y dedicarle un día entero a una de las excursiones que te ofrecen a las afueras.
Hay una gran variedad y todas ellas con preciosidades que descubrir, nosotras finalmente decidimos hacer la más recomendada que eran los Acantilados de Moher, en la costa oeste, considerada como la primera atracción turística de Irlanda.
Teníamos muchas ganas de ver más allá de esa bonita ciudad y observar esos lustrosos paisajes verdes que tanto caracterizan a Irlanda. Partimos a primera hora de la mañana hasta llegar a nuestra primera parada, Galway, una de las ciudades más turísticas de Irlanda, allí pudimos disfrutar una hora y media para poder conocer su centro histórico, su catedral y como no, todas sus pequeñas tiendas artesanas que endulzaban nuestros ojos.
Cuando de nuevo nos aposentamos en nuestros asientos, continuamos la ruta por las carreteras costeras, de las más bonitas de Irlanda, pasando por el Parque Nacional de Burren, caracterizado por su zona pedregosa y sus juguetonas olas, nuestro guía nos ofreció la posibilidad de hacer una mini parada para poder tener un poco de contacto con esa bonita estampa del mar junto con ese rocoso suelo, pocos bajaron, mi hermana y yo fuimos inducidas por las ganas que tenía el guía de enseñarnos el lugar, a medida que nos íbamos acercando, de repente una enorme ola chocó contra esas gigantescas piedras y nos dejó a todos empapados de arriba abajo, nuestra primer pensamiento fue matar al guía, pero luego hasta nos resultó divertido, una vez mojadas, ¿por qué no acabar de rematar la parada y disfrutar de esa sensación de conexión con la naturaleza?
Así que subimos al autocar chorreando, ahí ya no era tan agradable la sensación, pero pronto se nos pasó distrayéndonos con el paisaje a medida que íbamos avanzando, hasta llegar a nuestra siguiente parada: el Castillo Dunguaire, uno de los castillos más fotografiados de Irlanda debido a su ubicación dentro del mar y a su tenue paisaje solitario que lo acompaña.
Durante los meses de verano, abren el castillo y cada noche celebran un Banquete Medieval con actores vestidos de época recitando hermosos temas de la literatura irlandesa e interpretando música tradicional del país.
Como ya sabemos, Irlanda es un lugar de leyendas y en cada uno de sus castillos, iglesias, catedrales… alberga una de ellas…
En este caso, según cuenta la leyenda, el señor del castillo era un hombre muy generoso y aún después de su muerte, siguió siéndolo, uno de los mendigos a quien ayudaba una vez muerto se acercó a su tumba preguntándose que ahora ya no volvería a disfrutar de su generosidad, cuando se sorprendió al ver que una mano esquelética le dejo a sus pies varias monedas de oro. Hoy en día se dice que si una persona permanece enfrente de la puerta principal y formula una pregunta, tendrá una respuesta a su pregunta al final del día.
Nuestro viaje continuaba hasta llegar al destino estrella, los acantilados de Moher, donde se puede disfrutar de uno de los paisajes más sorprendentes y espectaculares de Irlanda.
Nada más llegar estábamos tan deseosas de poder divisar esa maravilla de la naturaleza que no hicimos mucho caso al Centro de visitantes, sitio donde te explican sobre la formación de esas gigantescas paredes y donde puedes ver una proyección en 3D que nos lleva a sobrevolar aquellos acantilados.
Nos fuimos directas a esas paredes verticales de 216 metros de altura, con una extensión de unos 8 kilómetros bañados por las enormes olas del mar Atlántico. Boquiabiertas ante tal majestuosidad, no podíamos quitarle ojo a ese paisaje, aún con el mal tiempo que nos acompañó, no quisimos perder ni un minuto en poder recorrer y descubrir cada rinconcito. No obstante, hay que decir que los acantilados de Moher, constan de 750 metros de senderos que lo recorren, pudiendo pasar un día entero paseando por ellos. Nosotras no disponíamos de tanto tiempo, así que decidimos coger el sendero de la izquierda disfrutando de cada una de sus perspectivas, en cada sitio que parábamos teníamos la obligación de sacar unas instantánea de tal abrumador paisaje, de fondo aquel característico sonido del golpeo de agua de mar sobre las poderosas paredes de naturaleza irlandesa, contrastes de verdes por doquier, asombrosa representación irlandesa que te obligaba a contemplar, sentir e interiorizar.
Uno de los mejores miradores que nos podemos encontrar entre los senderos es la torre O’Brien, construida con el fin de poder contemplar en su plena magnitud los espectaculares Cliffs of Moher.