‘Si el diablo te ofreciera un placer, tendría que ser peligroso. Si el diablo bautizara un lugar, sería inaccesible. Si el diablo tuviera una piscina, sería con vistas al abismo’.
En la parte de Zambia que limita con las Victoria existe uno de los puntos más exclusivos de todo el planeta. Un balcón a la nada. Una bañera cuyo límite es el fin del mundo. Una sobrecogedora piscina natural donde el término ‘infinity pool’ queda insignificante, por eso es conocida como ‘Devil´s pool’, la piscina del Diablo.
Devil´s Pool
Abrimos los ojos temprano. Los primeros rayos de sol coloreaban de naranja y ámbar las nubes del horizonte. La pereza de madrugar nunca hace acto de presencia si lo que esperas es abordar un nuevo y excitante día de un viaje que nunca vas a olvidar.
El olor a gasolina y el renqueante sonido del motor encendido de un todoterreno antiguo nos esperaba. Al volante, un hombre pegado a una gran sonrisa nos daba la bienvenida a bordo. Para conocer la piscina más famosa de las cascadas necesitábamos el pasaporte, íbamos directos a Zambia.
La frontera con Zimbabue está libre de largas esperas y caras largas que te sellan el visado sin levantar la mirada. Al contrario, hasta en el último rincón del país encuentras buenas vibraciones, energía positiva y el calor humano de unas personas que te hacen sentir siempre como en casa.
Una vez al otro lado, cogimos otro viejo coche y fuimos directos a Livingstone, la zona del país que alberga las cataratas descubiertas por el explorador inglés.
Por fin alcanzamos la orilla del Zambeze y encontramos a un hombre mayor que nos esperaba, de unos setenta años. Mirada serena y voz arañada por la edad. Esperó pacientemente a que nos acercáramos a él y nos advirtió de los peligros del sitio que estábamos a punto de conocer:
-«Vais a descubrir un lugar único. Disfrutarlo en primera persona es un placer del que pueden disponer muy pocos afortunados, pero es muy arriesgado. Siempre, siempre debéis hacer caso a las indicaciones de Xander (nombre que significa protector de los hombres), es quien que os va a acompañar hasta el final. Y recordad, cualquier paso en falso puede ser el último«.
Xander, el guardían de la Piscina del Diablo. Tenía 29 años, aunque aparentaba diez más. Era un hombre muy grande, fornido y tranquilo. Su voz profunda invocaba a la calma y varias cicatrices que salpicaban su pecho hablaban de episodios en su juventud difíciles de descifrar. Nos contó que desde muy pequeño descubrió la bañera más codiciada por los forasteros y llevaba muchos años dedicando su vida a velar por la seguridad de sus intrépidos visitantes. Era un lugar extremadamente peligroso y hay unos pocos guardianes como él para guiar cada movimiento dentro de la zona de riesgo. Si hubiera algún accidente, sería mortal, y el Gobierno prohibiría las visitas a Devil´s Pool. Sería una consecuencia fatal, esta es una de las mayores atracciones para los más osados que se adentran en Livingstone y la única fuente de ingresos para personas como Xander.
El corazón retumbaba en mis oídos y notaba el pulso en la vena de mi frente. Recogimos una lancha y nos lanzamos al Zambeze. Acelerábamos la marcha y en pocos minutos atisbamos el final del río, el inicio de la cascada. Navegar sobre el filo del precipicio es una sensación indescriptible. El estruendo al final del abismo y una cortina de lluvia invertida se elevaba decenas de metros, esperándonos.
Dejamos la barca atrás, nos quitamos la ropa y nos adentramos en el agua, poco a poco. El suelo del río estaba lleno de rocas afiladas. Caminábamos despacio, agarramos un cabo que nos descubrió Xander, para luchar contra la corriente y avanzar más seguros. A un lado y a pocos metros, el último aliento del río y un salto de agua mortal. Al otro, una familia de hipopótamos nos miraba, expectantes y desafiantes.
Paso a paso, nos acercábamos a la piscina prohibida, a un lugar recóndito y fabuloso.
Rafting extremo: rápidos y cocodrilos
Dicen que el Zambeze es el río más peligroso para hacer rafting, pero solo lo dicen algunos…
No podíamos irnos de las cataratas Victoria sin intentar cabalgar a lomos de una lancha que desafiara sus aguas turbulentas y plagadas de mandíbulas de cocodrilos.
Nos reunimos en uno de los restaurantes con las mejores vistas de la zona, ‘The Lookout Café Victoria’, y nos enfundamos nuestros cascos y chalecos salvavidas.
Los guías nos dieron las pautas para aventurarnos sobre nuestras balsas y saber cómo atacar las olas. El capitán de nuestra barca tenía un ojo de cristal y una cicatriz enorme que nacía debajo de su párpado izquierdo y le atravesaba la mejilla hasta la barbilla. No quería preguntar si había sido consecuencia de un accidente en los rápidos, no podíamos echarnos atrás.
25 kilómetros, 22 rápidos (la mitad de nivel 5) y 4 horas por delante de sobredosis de riesgo y descarga de adrenalina. Remos, cámara, acción.
Todos los saltos de agua, todos los rápidos están bautizados y especialmente peligroso fue el 18º, conocido como ‘Oblivion’, (olvido), que nos jugó una mala pasada y una herida en mi rostro a causa del vuelco de la balsa, que tardó días en cicatrizar.
Mi gran boda africana
Hay experiencias que no ofrece ninguna guía turística. Hay momentos imprevisibles envueltos en magia con los que sólo te puede sorprender África.
Nuestro viaje nos regalaba otra mañana imprevisible e inolvidable. Sonaban los tambores, se escuchaba la música autóctona. La melodía africana que se propagaba a través del jardín de nuestro acogedor hotel era prestidigitadora. Colores malva y violeta, bailes coreografiados y cantos corales nos daban la bienvenida. Centenares de invitados de todas las edades vestidos de etiqueta festejaban una gran boda africana.
No había protocolo innecesario, no había rezos a religiones, ni formalismos forzados, ni barra libre de alcohol. Sólo un canto a la vida. Una celebración en gran familia. Bailes sin descanso entre todos los presentes y sonrisas contagiosas en cada esquina. La comida se servía en platos de papel y la gente se alimentaba de pie, mientras no dejaba de moverse al compás de los timbales. Los propios novios nos pedían que celebráramos su momento con el resto de asistentes y nos fundiéramos con ellos. Nos agradecían que les apoyáramos, y mientras, se acicalaban ante nuestros objetivos y nos dedicaban sus blancas y resplandecientes sonrisas para que las guardáramos para siempre.
Disfrutamos de la fiesta hasta el anochecer como unos invitados más, mezclándonos entre sus miradas despiertas, embriagados por su hospitalidad y envueltos en sus danzas hechizantes.
Una vez más, me confieso fan incondicional y enamorado hasta el alma de África.
Te esperamos en el próximo viaje!